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Nota inicial del editor: Hoy se estrena en 90 cines la nueva película del gran Hayao Miyazaki. Publicamos ahora la crítica de Oti Rodríguez Marchante que ha puntuado el film con 4 estrellas, sobre un máximo de 5. Y lo hacemos, como en casos similares, con su autorización expresa, ya que la ha escrito para el diario Abc, en el que lleva trabajando desde hace más de 7 lustros.
Probablemente la última película de Hayao Miyazaki, octogenario director japonés envuelto en un aura incomparable (o solo comparable al de Disney) desde que fundó los Estudios Ghibli de Animación y empezó a hacer películas hace más de medio siglo llenas de sello, imaginación, poesía y tan bien dirigidas y ahormadas para ese adulto que todos los niños llevan dentro. ‘Mi vecino Totoro‘, ‘El viaje de Chihiro‘, ‘La princesa Mononoke’, ‘El castillo ambulante’, ‘Ponyo en el acantilado’, ‘El viento se levanta’…, títulos que se vieron de niño como adulto y de adulto como niño.
‘El chico y la garza‘ es, si Miyazaki se hace caso a sí mismo, su despedida y con ella inauguró el último Festival de San Sebastián, y puede verse como un cóctel o zumo caprichoso o muy intencionado de todo su cine diciéndonos adiós con la palma de la mano. Es un cuento, naturalmente, pero difícil de clasificar, de una modernidad sorprendente en la captación de su propio mundo interior y, a la vez, de mundos paralelos, multiversos y conceptos distintos del espacio y el tiempo; una historia que visita el más allá y también el mucho más allá. Un viaje desconcertante junto a un chiquillo que pierde a su madre y que comienza una búsqueda, una digestión del duelo, un rescate de sí mismo y una aventura llena de puertas y desorden psicológico que desbordan cualquier fantasía salvo la del propio Miyazaki.
En lo narrativo, ‘El chico y la garza’ se basa en la novela de Genzaburo Yoshino y contiene todos los elementos de una fábula reparadora, estimulante, pero también se aprecia una ambición más anárquica, más libre en sus trazados metafóricos y en sus diversas lecturas, de tal manera que es, en cierto modo, irrepetible, en el sentido de que cada vez que se vea puede contar cosas distintas, nuevas formas de entenderla. También como señales biográficas de su director o como reflexión de los procesos de maduración del ser humano.
Y en lo visual, esta película, como todas, contiene imágenes y fantasías abrumadoras y contenedoras de una estética y unos sentimientos que hay que ir colocando sobre la marcha. Aunque el relato a veces te pierda o te haga dudar, te confunda entre lo onírico y lo surreal, siempre hay algo reconfortante para la vista, algo que te sorprende y que te mantiene alerta al dibujo, al movimiento, a la plástica y a sus evidentes contactos con lo espiritual y lo brutalmente humano, como la guerra (tantas referencias a la guerra chino-japonesa), la muerte o los levísimos detonantes poéticos
A Miyazaki no puede comparársele con otros estilos de animación ni con otros universos del dibujo animado, acaso pueda ponerse esta película de despedida junto a una parte o el total de su obra, con la que está por completo clonada. Por ahora, solo se puede calificar de maravillosa, pero tal vez el tiempo le otorgue otro carácter aún más dulce o enérgico que hoy se escapa.
@OtiRMarchante
