En este planeta llamado tierra, hay locuras incurables, otras que no valen la pena curar y otras cuyas curas enloquecen más.
Aniceto Arango Manzur tenía una desmedida afición por el lujo y los placeres refinados. El problema de Don Aniceto es una “locura disfrazada e inofensiva” que lo acompaña desde muy joven. Cuando era un niño, su abuelita refiriéndose a él, decía:
—Este chico tiene gustos sibaritas. Es terco, rechaza todo aquello que no encaja en sus preferencias de niño rico.
Aniceto Arango Manzur, a sus 65 años, mantiene el hábito de pregonar que proviene de una familia de abolengo, poseer una elevada fortuna, tener varios bienes heredados de sus padres y de unas tías solteronas por ser el sobrino preferido. Don Aniceto tenía el poder adquisitivo para darse los gustos que consideraba conveniente satisfacer cuando quisiera.
De las varias historias que nos contó, todavía recuerdo aquella en la que presumía que en la extensa hacienda de sus padres, sus caballos bailaban con la misma música que tocaban las bandas contratadas para alegrar las fiestas con boleros de caballería. Los caballos eran importados, provenientes de yeguas madres inglesas cruzadas con sementales árabes. Por las actitudes que nos relató, sus padres eran otros sibaritas.
Don Aniceto siempre se relacionó con destacadas personalidades colaborando como benefactor de varias instituciones de ayuda social. Una de las preferidas era el Centro de Rehabilitación Mental: Los Cedros, ubicado a pocas cuadras de su residencia.
Es aquí, que a sus 67 años, Don Aniceto pidió ser recibido como paciente benefactor, debido a que no tenía parientes vivos que lo puedan atender y acompañar. El director del Centro y el plantel de médicos aceptó sin observaciones el ingreso de Don Aniceto. Decidieron instalarlo en una elegante pieza del nosocomio.
Apenas ingresó al centro, decidió financiar con sus propios recursos un gran almuerzo para el primer sábado de transcurrida su estadía. Quería agradecer la acogida. Conocer a todos los internos. El director y el personal administrativo, inmediatamente aprobada la iniciativa, colaboraron con la organización para el éxito del evento. Don Aniceto, se contactó con uno de los mejores restaurantes de la ciudad para que sirvieran, en los jardines del Centro, a todos los internos, exquisitos platos, acompañados de un conjunto musical.
Llegado el sábado, día del gran almuerzo, los internos se ducharon temprano. Se vistieron con sus mejores prendas. Algunos pacientes que carecían de algunas cosas se prestaron de otros, calzados, camisas y corbatas.
Fue este mismo sábado que Don Aniceto se encantó de conocer a Doña María Concepción Estrada Hurtado de Mendoza, una elegante, fina y distinguida dama de su misma edad, respetada y querida por todos en el Centro por sus actividades de voluntariado.
La estadía de Don Aniceto en el Centro fue muy breve. A los veinte días, el “Sibarita”, como le llamábamos, retornaba a su hermosa residencia acompañado de Doña María Concepción Estrada de Arango, su flamante esposa.
Hoy, los internos todavía recuerdan con nostalgia el fugaz paso de Don Aniceto por el Centro. Los esposos Arango Estrada continúan siendo los principales benefactores del único centro de salud mental de la ciudad. Es la pareja más querida por los internos. Un modelo de amor, respeto y caridad.
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