La muerte no perdona a los vivos, a los muertos, aunque sean las personas más desconocidas y anónimas, la muerte los hace más grandes, les da una dimensión total y definitiva. Esta reflexión que ahora escribo en esta web, la empecé a redactar el lunes 26, día festivo en Barcelona, por aquello de que por la fiesta mayor se han de hacer más de un día de fiesta, en el tanatorio de Les Corts, en mi móvil poco antes de la ceremonia de despedida del amigo y compañero de RNE, Máximo Fernández Casal. Y allí la empecé (y aquí la termino), porque en aquel momento, debían ser las 9 y cuarto de la mañana, mi corazón se quedó sin latido al comprobar que en el tanatorio, en la sala del velatorio número 9, donde había numerosas personas para dar su pésame y acompañar a la viuda, a los hijos y a los nietos del compañero y amigo, en esos momento de duelo, no había ningún compañero o compañera de la época en la que durante 35 años Máximo trabajó en Radio Nacional en Catalunya.
Estaba yo allí, buscando rostros conocidos, algún jefe de la época, algunos compañeros o compañeras de antaño, y el vacío era tan triste, tan desolador, como el momento del duelo. Y reflexioné sobre el hecho de que, efectivamente, la muerte no perdona a los vivos, no perdona su indiferencia y sus egoísmos. La muerte nos retrata a los vivos con una emulsión que nunca se borra, la del olvido, la de la indolencia, la de la insensibilidad. Quedará una foto para la vergüenza, la indignidad, el vacío. La muerte hace grande a los muertos, pero a los vivos nos pone en nuestro lugar. Es evidente que todo en la vida tiene una o más justificaciones, era un lunes festivo, a una temprana hora, con tres días por delante cuántos son los que salieron de Barcelona aprovechando la festividad… hay mis explicaciones y millones de disculpas para justificar el egoísmo, la mezquindad y la pobreza de espíritu. Pero es una pena que se justamente cuando la muerte llama a nuestra puerta más cercana, tengamos que redescubrir, una vez y mil veces más, lo pequeños que somos los seres humanos, lo aferrados que estamos a nuestros egoísmos, debilidades y mezquindades. Cuando esto ocurre y reflexionas sobre el momento histórico que se vive, sobre la destrucción de lo que es la esencia de la humanidad, te das cuenta, una vez más que no hay más salvación para los vivos que morirse cuando toca y pasar a ser lo ejemplares que no somos en la vida.
Máximo Fernández Casal, turolense de origen leonés, que se ha ido con 80 años de vida en su mochila, fue uno de los grandes periodistas gastronómicos que ha dado este país. Un erudito del arte de la cocina y del buen yantar, un experto en vinos y bodegas, un hombre que cimentó su cultura en el arte de la cocina y que a lo largo de su carrera profesional demostró su personalidad y su profunda humanidad. Máximo Fernández Casal dedicó toda su vida al periodismo. La radio fue siempre su gran pasión; inició su trayectoria profesional en Radio Teruel y la desarrolló en Barcelona, donde trabajó primero en la Cadena SER y posteriormente en Radio Nacional de España. En esta cadena participó en innumerables programas como “El ojo crítico”, “Diálogos con…”, “Estudio15-18”, “El Farol” o “Vivencias”. Junto a Luis Bettónica (fallecido en 2008) creó “El Pipiripao”, programa de radio y posteriormente periódico que se convirtieron en medios referentes para los profesionales de la gastronomía y la restauración. Tras su jubilación como editor de “El Pipiripao”, Máximo Fernández proyectó todas sus experiencias y sabiduría en su blog “Opípare”, dedicado al arte de vivir y su libro “Vivencias opíparas” es el mejor resumen de su dimensión como persona y como periodista. Se ha ido sabiendo, con certeza, que ha dejado a muchos amigos que supieron compartir con él la alegría de vivir.
Miguel-Fernando Ruiz de Villalobos
Barcelona, a 26 de septiembre de 2022